LAS MISIONES EN LA EVANGELIZACIÓN DEL PERÙ


La evangelización en el Virreinato peruano

La labor evangelizadora en el virreinato peruano empezó el mismo día que los españoles arribaron a estas tierras y emprendieron su empresa de conquista. La evangelización se dio de manera paulatina a media que llegaban las órdenes religiosas, pero también con cierto desorden pues la dispersión de los misioneros impedía una eficaz labor centralizada
La burgencia que puso la Corona española en la evangelización de los indígenas peruanos no tenía que ver solamente con la salvación de las almas sino también con el hecho de que aquellos que eran evangelizados pasaban a ser súbditos capaces de tributar. De ahí que en una primera etapa evangelizadora, se diera un masivo bautizo de indígenas, que la mayoría de las veces no entendían el ritual en el que participaban. Las quejas de los propios sacerdotes no se hicieron esperar, pues era evidente que la mayoría de indígenas bautizados no habían sido realmente evangelizados y esto permitía la supervivencia de sus creencias. Entre las razones de este primer fracaso se señalo la ignorancia de las lenguas indígenas por parte de los curas y la avidez por explotar a los indígenas.
Los concilios
Ante la heterogeneidad de las costumbres y creencias de la población indígena peruana, la Iglesia decidió organizar una serie de concilios en los que se discutieron los procedimientos más adecuados para evangelizar en el Perú. El obispo Jerónimo de Loayza organizó los dos primeros concilios limeños (1551-1552 y 1567), a los que acudieron representantes de las órdenes religiosas establecidas en el Perú. En estos concilios se ordenó destruir las huacas y colocar cruces o construir templos sobre cada uno de ellas. Cada pueblo debía tener un templo. También se dio autorización para que los indígenas recibieran los sacramentos del bautismo, la penitencia y el matrimonio, pero con una enseñanza previa a cargo del cura. Asimismo, los sacerdotes debían aprender las lenguas aborígenes para instruir a los indígenas.
El tercer concilio (1582) fue convocado por el arzobispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, y acudieron representantes eclesiásticos de toda América del Sur y Centroamérica. En este concilio se ordenó la elaboración de un catecismo único en español, quechua y aymara, y se prohibió a los sacerdotes y agente, pastorales dedicarse al comercio para evitar que abusaran de los indígenas en beneficio de sus negocios.
Diálogo iterreligioso
Aunque a principios del siglo XVI los teólogos consideraban demoniacas las costumbres y religiones nativas de América, justificando así la destrucción física de huacas y objetos de culto, el difícil trabajo de evangelización hizo entender a los misioneros que podían avanzar en las enseñanzas del cristianismo valiéndose de los aspectos de la cultura indígena que no se opusieran a la justicia de a la religión católica. Inclusive se sostuvo que antes de la conquista los apóstoles Tomás y Bartolomé habrían predicado en América, lo que hacia posible similitudes entre religiones indígenas y la católica. Si bien estas ideas fueron descartadas por el discurso eclesiástico oficial, ya se había abierto el camino al sincretismo religioso que daría forma a lo que conocemos como cristianismo popular.
Cristos, Vírgenes y Santos
La poca profundidad de la evangelización colonial, la fuerza de las costumbres prehispánicas y el sincretismo desatado quedaron plasmados tanto en la devoción como en la expresión de la religiosidad popular. Las diversas representaciones de Cristo y la Virgen, con matices locales para facilitar la evangelización, dieron pie a un proceso de reinterpretación de las imágenes sagradas por la población nativa. En consecuencia, los nuevos conversos llegaron a incluir en la categoría de santos a distintas manifestaciones de la Virgen María y de Cristo. La representación material de estos, en lienzos o imágenes, los hacía más cercanos a los nuevos creyentes.
Las misiones en la evangelización del Perú
Se consideran que el siglo XVI fue el gran siglo misional porque durante ese tiempo se logró bautizar a gran parte de los indígenas de la costa y de la sierra peruana. Recién en el siglo XVII los misioneros ingresaron a la selva a evangelizar, con el objetivo de convertir a los indígenas aún paganos. La Corona contribuyó a la labor misional con el envío de religiosos al Perú.
Entre 1530 y 1820 llegaron a nuestro territorio 2 171 misioneros, la mayor parte de ellos franciscanos y jesuitas. Los miembros de estas órdenes religiosas realizaron el más intenso e importante trabajo misional durante la colonia.
En el caso de los agustinos, estos estuvieron presentes en diversos lugares del Perú: la antigua provincia de Huamachuco, la selva de Ayacucho, entre otros.
Los primeros que desarrollaron la labor misional en la selva fueron los franciscanos, inicialmente desde Huánuco y posteriormente desde el colegio misionero de Ocopa. Los dominicos también tuvieron misiones en la selva central. Las misiones que tuvieron a su cargo los jesuitas se ubicaron en Mojos (Bolivia) y Maynas. Las misiones coloniales en la selva enfrentaron grandes dificultades por las características del hábitat, las epidemias y por los conflictos con Portugal, que impulsó un constante proceso de expansión de sus fronteras amazónicas.
Las Cofradias
Eran la más importante forma de agremiación, encargada de ciudar el templo y vigilar y acrecentar sus bienes. Se trataba de una institución europea importada a las colonias americanas que permitió a los indígenas conversos y a todos los nuevos cristianos acercarse a la organización eclesiástica.
En las parroquias de indígenas eran comunes las cofradías formadas en torno a la veneración de un santo, santa, cristo o virgen, y a las que se formaban a partir de un gremio artesanal o profesional, bajo la advocación de una imagen sagrada, en torno a la cual se organizaban diversas actividades.
Los Santos peruanos
Los evangelizadores en el Perú vieron coronada su labor cuando se elevó a santidad a personajes nacidos o relacionados en este virreinato o relacionados con él desde el siglo XVI. Los nuevos santos no solo se convirtieron en figuras ejemplares para la vida religiosa sino que fueron depositarios de la devoción del clero.
Otro personaje vinculado al Perú que fue elevado a los altares por las Iglesia es el español Santo Toribio de Mogrovejo (1538-1606), quien llegó al Perú en 1581 y fue el segundo arzobispo de Lima. Destacó por iniciar las grandes visitas pastorales y por defender a los indígenas de los abusos.

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